martes, 24 de septiembre de 2013

Grietas



Hoy, alguien me preguntó por qué en los diarios no aparecen las buenas noticias.
Me quedé  un rato pensando y le fui preguntando a la gente que me crucé en el día.


Algunos me dijeron que es porque sino no venden y que los medios ofrecen el material que les demandan. "Lo que la gente espera leer" argumentando que, para que un diario no sea vendido debe existir irremediablemente alguien que no lo compre, por lo que la responsabilidad del contenido del mismo y el éxito de su material no es del medio, sino del ser que lo adquiere; otros en cambio, desacreditaron de manera pesimista el albedrío de las personas, sosteniendo que son los medios los encargados de moldear las ideas de todos, a gusto de los designios de su humor e intereses.

A mi, por el contrario, se me da por pensar que estamos cómodos y distraídos. Es cierto que las buenas noticias no aparecen, pero también es cierto que nos estamos acostumbrando peligrosamente a las malas.

Leemos las peores desidias y nos lamentamos a la pasada de atrocidades que no somos siquiera capaces de imaginar. 


¿En qué momento permitimos que el dolor se convirtiera solo en una charla de supermercado? No lo sé, pero sospecho que fue a partir del instante en que nos conformamos. El día en que dejamos que lo superfluo ocupase la góndola de las necesidades básicas.


No creo que una persona individualmente pueda cambiar el mundo, pero si confío en la suma de voluntades, en modificar la órbita de uno, en ser mejor persona en los detalles, en saludarnos, mirarnos, sonreír más, respetar lo público, promover la conciencia ambiental, hablar en lugar de gritar, escuchar más de lo que hablamos, en educarnos y en ser generosos con nuestros conocimientos, en valorar las diferencias y sobre todo, en utilizar la llave que abre todas las puertas del entendimiento: La empatía.


En las grandes ciudades, llenas de humo y de ausencias, donde todo parece cubierto y sin lugar para la vida, si uno mira con atención, en los rincones y en las cornisas, a través de una grieta siempre se asoma algún brote verde y atrevido, que se abre paso entre las adversidades. 


Ese brote tiene la ventaja de no sentirse pequeño, y aunque sea uno en la inmensidad de una pared, y nos lleve a  preguntarnos cómo es que esa ramita pudo crecer ahí,  hace que la calle se vea un poco menos gris.


Confío en que todos podamos encontrar esa grieta, aunque seguramente no vayamos a salir en los diarios.

                                                                          

lunes, 9 de septiembre de 2013

El hombre Libre.




No te lamentes Joaquín, yo no estoy preso, puedo irme cuando quiera, nada altera mi elección vital de poseerme,  ni representa en mi estado ninguna sensación contradictoria.


 Soy plenamente mío porque no soy de nadie, porque tengo filas y columnas de mundos ordenados alfabéticamente.  Ayer estuve corriendo por el abrasivo calor de medio oriente, fui ladrón y supe contar historias, hoy al despertar anduve durante horas en una golondrina mensajera de un príncipe de buen corazón. Esta tarde tengo pensado dar un largo paseo en globo y mirar la tierra desde la levedad del aire.


Yo no estoy preso de esta vejez, te lo aseguro. Lo que mis piernas ya no pueden darme, lo encuentro entre los párrafos. Soy una sinécdoque de lo que podríamos ser.  Un punto y coma expectante de la siguiente oración. 


Yo no estoy preso te lo asevero, mi alma es libre, mientras tenga ojos. Y aunque se me privase de la vista, aun tendría el recuerdo de aquellos universos; y cuando ya no tenga ni ojos, ni recuerdos; tendré la eternidad imaginada de todas las historias que supieron contenerme. 


Viajará suelta mi alma entre los pájaros, hasta materializarse en el desvelo inspirado de algún escritor. Reencarnaré y seré letra,  seré color y turbulencia. 


Ya no te lamentes, Joaquín. Me mantendré soberano de mis sueños, y evocando esta promesa, dispondremos un capítulo de un libro cualquiera, donde volver a encontrarnos siempre.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Primer Amor



El pequeño príncipe apareció en la biblioteca a mis 7 años, mi padre me regalaba un libro cada semana. No fue el primero que me regaló, pero sería mi primer enamoramiento literario.
Por entonces recuerdo que a duras penas leía sus hojas, pero por sobre todo miraba maravillada aquellos dibujos salteados entre las párrafos. Admito que solían asustarme un poco. Los elefantes siempre han sido animales de mi agrado, y la idea de que una serpiente se comiera uno, me ponía bastante triste.

El Principito de manera invariable me ha generado esa extraña sensación vez tras vez, una mezcla de inocente felicidad y melancolía. Una especie de desconcierto encantador.

No pude menos que apasionarme por aquella historia inmensamente simple y abstracta.  Me prometí volver a él, cada vez que necesitase una respuesta, y para mi asombro, el niño rubio se volvía más sabio con el paso del tiempo. Me explicó con paciencia que dejara de buscar la manera de entenderlo, y  me dedicase solo al genuino disfrute de la compañía del zorro, a  admirar la lírica relación con  su rosa y a alimentar al pequeño cordero.

Siempre me ha remarcado con especial interés el cuidado que debo poner en retirar los Baobabs que acechen a todo aquello que valoro.  Esas malezas que si uno no arranca a tiempo, al parecer destruyen sigilosamente todo nuestro espacio.

Hoy, tantos años después de conocernos, tengo el hábito de abrir la tapa ajada para llegar de un salto a su pequeño planeta y contemplar juntos tantos atardeceres como haga falta para volver a la plenitud de mi esencia.  

Cuando regreso a este mundo, luego de cada visita, ansío salir a la calle y encontrarme a un señor con sombrero, siempre es bueno reírse hasta el absurdo, de lo mucho que debe pesarle llevar esos dos animales sobre la cabeza.