Lo que van a leer a continuación es lo que en periodismo llamamos “La
entrevista imposible” y se califica así, porque el encuentro y las preguntas formuladas,
por mí en este caso, son imaginarias, dado que el entrevistado ya ha partido de
este mundo, pero las respuestas son totalmente reales y las realicé con
declaraciones que el doctor Esteban Laureano Maradona hizo durante su vida y
que aún hoy constan en sus libros, en Internet, y en algunos periódicos. Me di
el permiso de intentar mostrar por escrito lo que este inmenso ser humano hizo
por la gente, para que todos podamos conocer su obra y para que quizás, al
menos en pequeños gestos, podamos seguir su ejemplo.
Con un vasto camino recorrido y una profunda mirada llena de experiencia, este
hombre narró desde la profundidad de sus recuerdos la experiencia que cambió su
vida y mejoró la de miles de habitantes de la selva de Formosa y Chaco. Nos
recibió en su casa en Rosario Santa Fé, donde vive con su sobrino el Dr. José
Ignacio Maradona, su esposa Amelia y los diez hijos de la pareja, quienes lo
rodean de afecto. Acá desde hace un par de años recibe los cuidados que él se
encargó de brindar a los más necesitados durante tanto tiempo…
¿Buen día doctor…Podría contarnos que paso aquel 2 de noviembre de 1935?
Buenos días, hace tanto tiempo…Yo volvía de Paraguay, regresé en barco hasta Formosa, allí pensaba tomarme un tren que pasaba por Salta, Jujuy y Tucumán. En Tucumán iba a visitar a mi hermano y finalmente iría a Buenos Aires donde estaba mi madre.
¿Y qué fue lo que ocurrió?
El tren que me llevaba a Tucumán, estaba a punto de arrancar. Yo estaba en el andén del paraje Guaycurri, que con los años lo llamarían Estanislao del Campo, cuando vi muchas manos que se alzaban suplicantes y voces inteligibles que me llamaban en idiomas diferentes. Entonces me subí a un sulky tirado por una mujer cincuentona muy preocupada y me dejé internar en la maleza. Poco después me dijeron por allá, que le había "salvado" la vida a una indiecita que luego se me presentó como Mercedes Almirón, un parto distócico había estado a punto de terminar con ella y con el bebé. Hoy, vive en Tucumán rodeada de sus nietos y bisnietos.
¿Fue ese el momento que cambio su vida?
Si, fue el momento en que decidí perder mi pasaje en el tren, que aún me aguardaba, y no volver nunca a las comodidades de mi consultorio en Buenos Aires. Había que tomar una decisión y la tomé…quedarme donde me necesitaban. Y me quedé 53 años de mi vida.
¿Y cómo lo recibieron?
La bienvenida me la dieron los indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me di la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida. Llegaban como espectros en fuga, miserables, desnutridos y enfermos. Primero tuve que acercarme, ganarme su confianza demasiado herida, atenderlos curarlos, oírlos y aprender sus lenguas y costumbres hasta ser aceptado en las tribus.
Según tengo entendido su labor no se limitó solo a la asistencia sanitaria…
Traté de ayudarlos en los aspectos que pude, en su economía, humanamente y en su sociedad. Aprendieron a fabricar ladrillos, a edificar sus casas y a cuidar de su salud.
¿También fue maestro de escuela?
Si, después de que edificamos la escuela di clases durante tres años, hasta que llegó un docente nombrado por el gobierno.
Escribió una veintena de libros sobre etnografía, lingüística, mitología indígena, dendrología, zoología, botánica, leprología, historia, sociología y topografía. ¿Qué le generó semejante inspiración?
Sí, me apasionan las ciencias naturales. Me han inspirado mucho las riquezas naturales del monte formoseño.
¿Usted es consciente de que con tanto amor y entrega escribió su vida como un capítulo admirable?
Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión este es bien limitado, yo no he hecho más que cumplir con el juramento hipocrático de hacer el bien...
¿Sabe que lo comparan con Albert Schweitzer y con Ghandi?
Nunca pude
entender quién inventó esas macanas de que yo era como Ghandi o de que era el
Albert Schweitzer de la Argentina. Eso no me causa gracia porque yo odio el
exhibicionismo en cualquiera de sus manifestaciones. Yo soy solo un médico de
monte. Schweitzer si era un hombre ilustre, él sabía música; era un eximio
organista, más allá de su gigantesca obra en África. Y como pueden compararme
con Ghandi, justamente con él, que con la no violencia salvó a todo el pueblo.
Y a mí, solo por haber cumplido con mi deber me quieren hacer fama.
¿Qué opinión le merece haber sido nominado tres veces para el premio Nóbel y haber recibido decenas de premios nacionales e internacionales?
Simplemente ello no altera mi
vida, ni lo acepto como algo merecido. Es todo humo que se disipa en el
espacio.
¿Alguna vez se casó o pensó en formar una familia?
En Paraguay, estuve comprometido con Aurora Ebaly. Poco tiempo después murió de fiebre Tifoidea. Ella encendió un largo recuerdo en mi memoria…
(Maradona no se casó nunca y nunca más volvió a noviar)
¿Alguien le ha dicho alguna vez que vivir en las condiciones en las que vivía, era como renunciar a usted mismo?
Si, muchas veces me han dicho que vivir en la austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnifica para la cual fue creado.
¿Qué siente usted ahora mismo adentro suyo?
Estoy satisfecho de haber hecho
el bien en lo posible a nuestro prójimo, sobre todo al más necesitado y lo
continuaré haciendo hasta que Dios diga basta.
¿Cuándo decidió irse de Formosa, y venirse a vivir a Rosario?
Viví allí 53 años de mi vida,
hasta que el cuerpo me dijo basta. Un día me sentí morir y empecé a despedirme
de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad. Porque ya se vestían, se
ponían zapatos, eran instruidos
¿Usted es consciente de la magnitud de lo que hizo?
Creo que no hice otra cosa más
que cumplir con mi deber…