sábado, 24 de agosto de 2013

El día en que Julio me salvó



Recuerdo la tarde en que leí aquel texto por primera vez, recuerdo también con cierta nostalgia que cuando me levanté y fuí hasta el escritorio de la maestra, con el papel en la mano y el maravillamiento del hallazgo, me mandó de un grito a sentar. 


Me llevó cuatro días el intento de entender por mis medios a qué se refería este señor con “Posibilidades de abstracción”, creí por entonces hallar una respuesta que me resultaba convincente.  Muchos años después, descubro con placer que aquella concepción de mi casi adolescencia, aunque inocente, aún hoy me resulta genuina. 


Cortázar me acompañó como un amigo comprensivo sin saber de mi remota existencia, me explicó con paciencia de abuelo, que nada es lo que parece, y que todo es lo que queramos pensar. 


Desde entonces las naranjas bien pueden ser pequeños planetas que han escapado de sus órbitas, el té amarronado de tilo, un río revuelto contenido en una taza de quién sabe que dimensiones,  y el humo de las chimeneas de invierno, la respiración agitada de un dragón que secuestra princesas.

“…Más tarde (yo estaba en otra oficina) encontré un pretexto para volver a visitar la naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de la naranja y el té había dos desagradables tubos retorcidos. Hasta la abstracción tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban cesante. Para consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida esta llena de hermosuras así….” Fragmento de “Posibilidades de abstracción” de Julio Córtazar

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